El Círculo de Bellas Artes ha programado un completísimo ciclo de Ingmar Bergman en diciembre. En la última sesión de hoy miércoles 19 echaban “Un verano con Mónica”, una película de 1952, de su primera etapa. Y allí fui.
La película cuenta básicamente la relación amorosa de dos jóvenes. Ambos pierden sus trabajos y se escapan al campo, donde pasan un verano viviendo en la naturaleza. De regreso a la ciudad, la pareja comienza a resquebrajarse por la incapacidad de Mónica de asumir sus nuevas responsabilidades (entre ellas, una hija). Curiosamente, rebuscando en el ‘imdb’ he encontrado que la película en EE UU se tradujo como ‘Monika, the Story of a Bad Girl’. Doblemente lamentable, porque la película quiere contar mucho más que las maldades de Mónica.
Lo que más me ha sorprendido es la capacidad narrativa de Bergman. De Bergman y de un tal Per Anders Fogelström, que es el guionista y autor de la novela que inspira el filme. Bergman guarda los tiempos con la precisión de un reloj suizo. No da un paso en falso. Como paciente alfarero, llena de sentido cada una de las escenas, riquísimas en contenido, símbolos y, lo más importante, vida.
Es como si Bergman no supiera lo que va a pasar en la siguiente escena, parece como que van naciendo en el mismo instante en que se filman. Es esa creatividad, esa reinvención de la cotidianeidad ante la cámara, lo que va introduciendo al espectador en la película, llevándolo al fondo de la pantalla y, habría que decir, de sí mismo. Parece que no está pasando nada, pero está pasando todo.
La película se sitúa entre la asunción de las obligaciones que el mundo impone –que encarna el personaje masculino- y la preferencia por el escapismo de esas mismas obligaciones, lo que se vería en Mónica. En el fondo es una aproximación al concepto de libertad desde el más puro realismo.
Bergman sólo muestra, no juzga. Pero lo que enseña es mucho, sobre todo humanidad: desde la pusilanimidad de él hasta la frustración de ella, pasando por la practicidad de la tía del protagonista.
Hay dos frases que me han llamado especialmente la atención en la película, una de él y otra de ella, que la repite en dos momentos distintos.
La de él: “Tenemos que construir algo real, ir a la ciudad, conseguir un trabajo, tener un niño, comprar una casa y ser felices”.
La de ella: “¿Por qué otros son felices y tienen todo lo que quieren, y a nosotros nos ha tocado sufrir?”
A mí me dicen mucho, las dos.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
martes, 4 de diciembre de 2007
"La zona", dirigida por Rodrigo Plá.
La ópera prima del director mexicano Rodrigo Plá toca una temática muy socorrida en los últimos años: la inseguridad y el miedo que subyacen al estado de bienestar y las desigualdades sociales que lo sostienen. Se me vienen a la cabeza varias películas recientes: "Caché", de Michael Haneke, "Código 46", de Michael Winterbottom, "Babel", de Alejandro González Iñárritu, "Hijos de los hombres", de Alfonso Cuarón… Son películas que de una manera u otra, con más o menos acierto, pretenden iluminar el suelo quebradizo que pisa el hombre del Primer Mundo.
La película de Rodrigo Plá se desarrolla en "La zona", un barrio de ricos de México rodeado por altas vallas que lo separan de las zonas deprimidas colindantes. De forma un tanto azarosa, tres rateros logran acceder al lugar, pero son sorprendidos en pleno robo. Dos de ellos mueren abatidos a tiros, el otro consigue escapar de los disparos… pero no de "La zona".
Los vecinos se embarcan entonces en una neurótica carrera por encontrar al tercer ladrón, tomándose la justicia por su mano y ocultando todo lo ocurrido a la policía. La película podría haber derivado en un thriller de terror, donde los residentes de "La zona" –y por ende el espectador- viven una pesadilla por la presencia del intruso en su propia fortaleza. Pero no van por ahí los tiros, porque el director nos muestra en todo momento cada uno de los ángulos de la historia.
No esconde al ladrón, un chaval de 16 años, sino que lo relaciona con el hijo de uno de los cabecillas de la junta vecinal que organiza la cacería. Los dos se hacen amigos y el suspense se sacrifica por el intento de crear un diálogo entre clases que, finalmente, resulta fallido. No sólo porque la actitud del joven rico es poco creíble –sabiendo lo inexpugnable de su fortaleza residencial, ¿por qué no lo sacó él mismo de "La zona"?-, sino porque el guión no profundiza en quién es uno y quién es otro. Es decir: no hay texto.
Esta falta de profundidad también se traslada al resto de personajes. Empezando por el que encarna Maribel Verdú, actriz-señuelo que se vende como protagonista de la película cuando su papel es totalmente secundario. No sólo es ella. El resto de personajes son bastante planos, estereotipados y sin contrastes. Sólo el policía adquiere una presencia notoria en la película.
En mi opinión, "La zona" se queda a medio camino entre una película de suspense y un drama social. Pero en ese intento de querer combinar ambos, naufraga. Ni mete miedo, ni aporta una visión profunda de la fragilidad de los cimientos sociales, políticos y económicos que sostienen el bienestar. Esa parecía su intención…
La película de Rodrigo Plá se desarrolla en "La zona", un barrio de ricos de México rodeado por altas vallas que lo separan de las zonas deprimidas colindantes. De forma un tanto azarosa, tres rateros logran acceder al lugar, pero son sorprendidos en pleno robo. Dos de ellos mueren abatidos a tiros, el otro consigue escapar de los disparos… pero no de "La zona".
Los vecinos se embarcan entonces en una neurótica carrera por encontrar al tercer ladrón, tomándose la justicia por su mano y ocultando todo lo ocurrido a la policía. La película podría haber derivado en un thriller de terror, donde los residentes de "La zona" –y por ende el espectador- viven una pesadilla por la presencia del intruso en su propia fortaleza. Pero no van por ahí los tiros, porque el director nos muestra en todo momento cada uno de los ángulos de la historia.
No esconde al ladrón, un chaval de 16 años, sino que lo relaciona con el hijo de uno de los cabecillas de la junta vecinal que organiza la cacería. Los dos se hacen amigos y el suspense se sacrifica por el intento de crear un diálogo entre clases que, finalmente, resulta fallido. No sólo porque la actitud del joven rico es poco creíble –sabiendo lo inexpugnable de su fortaleza residencial, ¿por qué no lo sacó él mismo de "La zona"?-, sino porque el guión no profundiza en quién es uno y quién es otro. Es decir: no hay texto.
Esta falta de profundidad también se traslada al resto de personajes. Empezando por el que encarna Maribel Verdú, actriz-señuelo que se vende como protagonista de la película cuando su papel es totalmente secundario. No sólo es ella. El resto de personajes son bastante planos, estereotipados y sin contrastes. Sólo el policía adquiere una presencia notoria en la película.
En mi opinión, "La zona" se queda a medio camino entre una película de suspense y un drama social. Pero en ese intento de querer combinar ambos, naufraga. Ni mete miedo, ni aporta una visión profunda de la fragilidad de los cimientos sociales, políticos y económicos que sostienen el bienestar. Esa parecía su intención…
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